Amalgama del futuro

A veces no sale. Con el ala aleve de no sé qué cosa. Eso es una aliteración. Vacua, vaca, Baco, bacanal, vacante, vacaciones hinchadas, pinchadas, gaseosas, siseantes y sibilinos sacuden el sudor los siervos de Satán. Esto también es una aliteración. La parte final, desde “siseantes”. Y es que a veces no sale.

En el año tres mil tres los números se escriben del revés y se dirá tres mil tres, que es igual, pero no es lo mismo. Esto es ciencia ficción, porque ocurre en el futuro, y en el futuro la atmósfera es menos densa y con un pequeño paso avanzas decenas de metros o más. La cabeza también baila un poco, se tambalea como uno de esos muñecos hinchables. El futuro no sirve de mucho porque arrastra los problemas del pasado, que son los mismos que los del presente. Como mucho, se puede hacer un futuro en tonos ocres, o con abundancia de grises. El futuro tiene un decorado peculiar, pero pasado de moda. ¿Has visto películas de ciencia ficción de los años setenta? El futuro siempre es pasado. Esto puede ser una contradicción o simplemente la constatación de un hecho.

Si en ese futuro pasado hubiera vaqueros, serían vaqueros espaciales, si hubiera toreros, también serían espaciales y podrían torear a la luna, como seguro que le ha cantado algún poeta del pasado pasado. Si hubiera fontaneros, sería un atraso. No puede haber fontaneros en el futuro por muy pasado que sea. El futuro no es ni de los soviets ni de los fontaneros, esto conviene dejarlo claro porque si no, el pueblo se me rebela. Y, por dejarlo todo dicho de una vez, el futuro tampoco es del pueblo. Pueblo pusilánime, pisoteado, pisado, aprisionado, pelado y sin futuro. El pueblo debía gobernar, pero luego llegó el futuro, tan parecido al pasado, que acabó todo siendo muy parecido, pero no lo mismo, como el año tres mil tres.

El futuro se escribió hace tiempo. Cada nueva generación lo reescribe y emborrona, como si todos fueran zurdos y pasaran la manga por el escrito. Un estropicio. Al final el futuro es ahdfjhfkhseu ehrwuhk iuhkhjçñqle chis pum garabín. O cuarenta y dos (42), que vale para todo. También fue siete (7), treinta y tres (33) o seiscientos sesenta y seis (no puede escribirse eso… no no no). Se usan números porque son símbolos y son cortos. El futuro es corto y simbólico.

El futuro vino en un barco, de nombre extranjero que te encuentras en un puerto (espacial) al anochecer, porque el espacio es infinito y oscuro como boca de lobo. Una noche eterna, con estrellas, blink-blink (onomatopeya), que relucen desde su pasado, que no fue el nuestro porque ni siquiera estábamos allí. Como el dinosaurio, dirá alguno. Como el dinosaurio, listillo. Al final se trata de juntar ideas, encadenar palabras, poner la boca en el culo, engarzar el final con el principio, coger el pasado inmemorial (fíjate, de aquel entonces) que nos llevó al pasado grotesco que pergeñó un presente histriónico para empujar toda esta bola hacia un futuro kitsch y hortera.

Encadenar es enlazar, también atar, aprisionar, enjaular, encarcelar. “Niño, ven aquí y enlaza palabras”. Entonces no, entonces es como hilar. Coser palabras en papel de seda, con puntos (.), comas (,) y puntos y comas (;). Puntoscomas. Tojunto, como bancospaña, bancarrota, paticoja. A esto se llama… no sé, amalgama.

Esclavitud agraria

Al pastor no siempre le llega la inspiración y eso es algo que le desespera. Busca rimas y solo le salen ripios. En esos momentos se queda mirando fijamente al sol hasta que le hace daño y se queda ciego. Entonces cierra los ojos y circunnavega las manchas de colores que se le muestran en busca de la palabra que rime con oropéndola. En esos momentos de trance a veces se le extravía alguna cabra y, después, tiene que salir a buscarla, cuando hace el recuento en el corral y ve que no están todas las que deben ser. “Mejor perder una cabra que un seguidor en Instagram”, se dice y se va a buscarla sin pena.

El pastor tiene algún patrocinador, pero se le exige poema semanal. Vive de quesos y rimas. Los mejores versos le vienen en el ordeño, con las manos sujetando las ubres de las cabras. La mayoría de las veces, se acuerda de los textos y los puede pasar luego a ordenador. Otras veces, no resulta tan sencillo. Se acuerda solo en parte o le da por complicarse con oropéndola o trabuco, murria o deletéreo, lupara o priapismo y entonces tiene que pegarse la panzada de sol y perder las cabras hasta que llega la inspiración o el borrón humillante. A veces el pastor se queda en el pajar hasta tarde, entre sus cabras y le da por pensar que quizá podría vivir solo del queso, pero lo dice con la boca pequeña: se debe a su público. Mira al póster de Miss Julio 1999 que está colgado en una traviesa y le confiesa a ella lo que no les diría ni a sus cabras: que necesita de la poesía para vivir.

Alas

El eunuco se acercó a la fuente con desgana. Llevaba el mismo cuenco de plata en la mano izquierda, el mismo cuenco que hundía en la fuente de hidromiel tres veces al día. Mientras llenaba el recipiente, observó el reflejo de su torso desnudo: el pecho ancho, el cuello musculado, la nariz larga y recta, los ojos grandes, el negro cabello recogido en trenza. Sacó el cuenco colmado y lo sujetó con las dos manos. Avanzó hacia una esquina del jardín con parsimonia, con cuidado de no derramar ninguna gota. Al llegar al lugar que habían determinado para él, agachó la cabeza y elevó las manos que sujetaban la vasija, ofreciéndola al cielo. Decenas de mariposas se acercaron a libar, colibríes multicolores, algún escarabajo alado… Cuando cesó el zumbido encima de su cabeza, el eunuco bajó el cuenco vacío y miró sus musculados brazos inútiles.

Muerte de un fondista

Los espectadores aplaudían a rabiar y el sonido de las palmadas reverberaba por todo el estadio mientras el corredor seguía dando vueltas a la pista moviendo los brazos. Las pantallas mostraban la llegada del maratoniano al estadio: la saliva seca en la comisura de los labios, el cuerpo enjuto bañado en sudor, los ojos fuera de las órbitas y el continuo movimiento de brazos y piernas buscando la meta. Los aplausos iban disminuyendo, incómodos, pero el corredor seguía y seguía dando vueltas y obligaba a los espectadores a continuar con las loas. “¡Qué esfuerzo! ¡Es un titán!”. El realizador de televisión dirigió la cámara al campeón y en las pantallas gigantes se pudo ver con claridad el miedo, el grito mudo en los labios resecos: “Paradme. Paradme. Paradme”.