Esclavitud agraria

Al pastor no siempre le llega la inspiración y eso es algo que le desespera. Busca rimas y solo le salen ripios. En esos momentos se queda mirando fijamente al sol hasta que le hace daño y se queda ciego. Entonces cierra los ojos y circunnavega las manchas de colores que se le muestran en busca de la palabra que rime con oropéndola. En esos momentos de trance a veces se le extravía alguna cabra y, después, tiene que salir a buscarla, cuando hace el recuento en el corral y ve que no están todas las que deben ser. “Mejor perder una cabra que un seguidor en Instagram”, se dice y se va a buscarla sin pena.

El pastor tiene algún patrocinador, pero se le exige poema semanal. Vive de quesos y rimas. Los mejores versos le vienen en el ordeño, con las manos sujetando las ubres de las cabras. La mayoría de las veces, se acuerda de los textos y los puede pasar luego a ordenador. Otras veces, no resulta tan sencillo. Se acuerda solo en parte o le da por complicarse con oropéndola o trabuco, murria o deletéreo, lupara o priapismo y entonces tiene que pegarse la panzada de sol y perder las cabras hasta que llega la inspiración o el borrón humillante. A veces el pastor se queda en el pajar hasta tarde, entre sus cabras y le da por pensar que quizá podría vivir solo del queso, pero lo dice con la boca pequeña: se debe a su público. Mira al póster de Miss Julio 1999 que está colgado en una traviesa y le confiesa a ella lo que no les diría ni a sus cabras: que necesita de la poesía para vivir.

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