Hace más de 20 años, viendo el código de Lucene, casi se me saltan las lágrimas. Era simple y elegante, se podía ampliar con facilidad y te sentías obligado a dar lo mejor de ti para mantenerlo tan limpio como al principio.
El código es poesía y programar es un arte, no dejes que nadie diga lo contrario
En algún momento de tu vida te habrá ocurrido algo parecido; te habrás quedado paralizado ante una canción de Jimi Hendrix, un cuento de Rulfo, un cuadro de Goya, una obra de teatro, película, web, ante la tipografía Sabon… Además, si te dedicas a la misma disciplina de la obra, se te habrá pasado por la cabeza alguna de estas opciones:
- Admirarlo y seguir con tu vida vestido temporalmente con un rayito de sol. «Hay gente que hace cosas bellas, la humanidad está salvada».
- Deprimirte con la comparación. «Madre mía, y yo haciendo estas mierdecillas. Mejor lo dejo».
- Retenerlo en tu cabeza y establecerlo como objetivo. «A Dios pongo por testigo que un día haré un X tan bueno como este».
Es más, seguramente lo habrás mezclado todo: «Guau qué bonito, no le llego ni a la suela del zapato, pero ya verás como algún día, algún día…» y pienso que esta es la mejor forma tomarlo. Así hay que enfrentarse a la belleza en tu disciplina: recibe con gusto el shock que te provoca, asume con modestia que te queda camino para llegar ahí y ponte a trabajar para ello.
Trabaja con la intención de lo que hagas sea infinitamente bello.