Bajo el árbol

De niño me pasaba la tarde de Reyes limpiando los zapatos. Frotaba y echaba betún hasta que me reflejaba en ellos y, solo entonces, los colocaba bajo el árbol. Inmaculados. Me lo ha recordado mi madre antes de colgarle el teléfono: “Llego tarde mamá, me esperan. Yo también os quiero”. Las luces de la calle iluminan los zapatos que mi mujer ha escogido para la cena. Camino descalzo a su alrededor. Los miro. Quieto. Plantado a dos metros de mis brillantes zapatos. Desenraizado.