Muerte de un fondista

Los espectadores aplaudían a rabiar y el sonido de las palmadas reverberaba por todo el estadio mientras el corredor seguía dando vueltas a la pista moviendo los brazos. Las pantallas mostraban la llegada del maratoniano al estadio: la saliva seca en la comisura de los labios, el cuerpo enjuto bañado en sudor, los ojos fuera de las órbitas y el continuo movimiento de brazos y piernas buscando la meta. Los aplausos iban disminuyendo, incómodos, pero el corredor seguía y seguía dando vueltas y obligaba a los espectadores a continuar con las loas. “¡Qué esfuerzo! ¡Es un titán!”. El realizador de televisión dirigió la cámara al campeón y en las pantallas gigantes se pudo ver con claridad el miedo, el grito mudo en los labios resecos: “Paradme. Paradme. Paradme”.