Alas

El eunuco se acercó a la fuente con desgana. Llevaba el mismo cuenco de plata en la mano izquierda, el mismo cuenco que hundía en la fuente de hidromiel tres veces al día. Mientras llenaba el recipiente, observó el reflejo de su torso desnudo: el pecho ancho, el cuello musculado, la nariz larga y recta, los ojos grandes, el negro cabello recogido en trenza. Sacó el cuenco colmado y lo sujetó con las dos manos. Avanzó hacia una esquina del jardín con parsimonia, con cuidado de no derramar ninguna gota. Al llegar al lugar que habían determinado para él, agachó la cabeza y elevó las manos que sujetaban la vasija, ofreciéndola al cielo. Decenas de mariposas se acercaron a libar, colibríes multicolores, algún escarabajo alado… Cuando cesó el zumbido encima de su cabeza, el eunuco bajó el cuenco vacío y miró sus musculados brazos inútiles.

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